

Luces para Aprender


Luces para Aprender
Víctor Florencio Ramírez Hernández. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica
Cuando Prometeo desciende a la Tierra y da el fuego a los humanos, les brinda la oportunidad de traspasar los límites de su naturaleza. El enojo divino no se genera por la desobediencia; se debe a que con el fuego los pensantes que no habitaban el Olimpo podrían hacer de la noche destinada hasta entonces al sueño y, por ende, al aislamiento, una oportunidad para convivir, comunicarse y gestar futuros,.
¿Por qué no hubo iras divinas con la escritura? Los productores de la mitología griega debieron imaginar también a un héroe humano-divino que robara ese invento y lo levara a la Tierra. Porque la escritura era tan peligrosa como el fuego producido a voluntad. Y es que con la escritura, aun en sus formas más rudimentarias e incipientes como los dibujos y pinturas en las paredes de cavernas, los seres humanos estaban franqueando otros umbrales: la memoria y la previsión individual. Con la escritura se recupera el pasado en lo individual pero para otros, el pasado se inventa o reinventa. Con la escritura se aprehende, se captura el presente, aunque parezca inasible y en perene tránsito. Con la escritura se imaginan futuros y se comparten que pueden llegar a constituirse sueños o anhelos colectivos, sitios a los cuales llegar. La escritura convertiría a los hombres en los hijos dilectos de Cronos, en los señores del tiempo.
¿Por qué la ira divida –al menos la del dios de los cristianos- no se desató sobre quienes inventaron la fotografía y el cinema? A partir de las imágenes reales fijas en un papel o proyectadas la sensación-impresión de atestiguar de manera directa, como de primera mano, lo que ocurrió en otros tiempos fue una experiencia normal para los seres humanos, aquéllos otrora expulsados de El Paraíso. El acceso al fruto del árbol del bien y del mal se hizo más fácil. A partir de la fotografía y luego del cinema, en el que se conjugaban una forma de escritura y la energía lumínica, los seres humanos no solo tendrían acceso al presente-pasado, a registrarlo y reinventarlo para que otros lo interpretaran y lo reinventaran, ahora tendrían la posibilidad de diseñar futuros u otros mundos y hacer que otras personas pudieran experimentarlos, sentirlos, vivirlos incluso en sus mínimos detalles y sin trasladarse de su tiempo y de su espacio.
La ubicuidad y el hacer con otros. La ira divina -las iras divinas- podría haberse dejado sentir más cuando las tecnologías de la información primero, de la comunicación después y de la interacción ahora dieron oportunidad a los seres humanos de ir más allá de lo real-presencial que hay en una interacción cara a cara para llegar a los escenarios virtuales, donde los actores pueden romper la barreras del espacio y las del tiempo que implica recorrer el espacio para interactuar con otros. O bien, trascender los linderos de la inmediatez para construir en colectivo, desde un aparente anonimato o desde una individualidad que nutre a la colectividad.
Así, la concatenación de luz artificial, escritura, fotografía, cinema y computación que son las TIC ha revelado el tino de la idea gadameriana de que el horizonte no es fijo sino que se desplaza con nosotros.
¿Pero todos los seres humanos han tenido la oportunidad de ampliar sus horizontes e imaginar formas diferentes de vida, más justas y equitativas, así como los medios para construirlas? Como entre el Olimpo y la Tierra, hoy perdura una distancia entre los seres pensantes1. Una casta mitad humano mitad virtual se comunica, interactúa, tiene acceso a la información. La procesa, de alguna manera la hace suya y así la transforma en conocimiento. Con las TIC, los habitantes actuales del Olimpo gozan, sufren o hacen sufrir o gozar, aprenden, sueñan o sueñan que sueñan, se organizan o se aíslan, están al día o consumen lo que otros han dejado extraviado “ahí” por equivocación o maldad, comercian, se enriquecen, se empobrecen o empobrecen a otros, comparten u ocultan, interpretan, difunden, confunden o funden ideas, se expresan o engañan, se conocen o se disfrazan, se liberan o esclavizan, discuten o sostienen monólogos, segregan o incorporan en un efecto pull insospechado… pero todo ello porque tienen el medio para hacerlo. Ese medio de empoderamiento está ahí, está aquí, está a disposición de casi todo el mundo. Esa parte, ese “casi todo el mundo” tienen la oportunidad de decidir hacer, qué hacer y para qué. Si el fuego prometeico significó la posibilidad de un salto evolutivo social, si la escritura, la fotografía y el cinema también lo fueron, ahora ese papel lo tienen las TICI (porque a la información y la comunicación hay que agregar y resaltar la interacción). Y con esto hay una cuestión que se impone: ¿qué pasa con la otra parte del mundo, los que no constituyen ese “casi todo” del que hemos hablado?
Un reto de la sociedad contemporánea no es avanzar sino clarificar hacia dónde hacerlo. Un reto actual no es avanzar aunque otro se rezague o gracias a que otro se quede atrás. Cada vez nos ha quedado más claro, mediante un ejercicio de ecología de nuestra forma de pensar, que tarde o temprano y aunque no de una manera equitativa, el futuro nos alcanza. O caminamos más o menos al parejo o hay quien se extravía. Y no se trata de extravío porque haya un destino al cual tengamos que arribar, que haya sido avizorado o dictado por alguien, sino porque se trata de un caminar con ritmos diferentes hacia destinos distintos pero con igualdad de oportunidades para decidirlos. Así, Luces para aprender constituye una oportunidad para un empoderamiento de una parte de la humanidad que históricamente ha sido excluida de ese “casi todo el mundo”, de ese caminar colectivo.
El acceso de las comunidades pobres a la energía eléctrica y a la internet no significa solamente la oportunidad de que se acerquen a la información. Constituye la oportunidad de tener libertad y ejercerla en cuanto puedan conocer e interactuar para aprender, y puedan aprender para decidir. No se trata de entender a la escuela como un centro para el ocio, entendido éste como un dejar que las cosas sigan su curso de modo que otros deciden lo que corresponde a la propia existencia. Se trata de convertir a la escuela en un centro de negocio, esto es, de negación del ocio y reconocimiento del poder que se puede tener para decidir modificar el estado de cosas hacia un bienestar ético-estético-político y, por ende, individual y común.
Como lo fue el caso del fuego, la escritura, la fotografía y la computación, hoy el duplo energía eléctrica-internet mediante Luces para aprender constituye una posibilidad para las pequeñas comunidades de ejercer su propio poder. De no hacerlo, la distancia entre los habitantes del Olimpo contemporáneo y los excluidos de América Latina no solo permanecerá, sino que se hará cada vez más amplia quizá hasta llegar a lo infranqueable. Y aunque no se llegara a ese día, no es justo condenar a un presente que carece de oportunidades para un presente y un futuro mejores.
Aunque la expresión resulta chocante porque no solo los humanos piensan en el sentido de tener una inteligencia o de poder comportarse inteligentemente. Muchas muestras hay de que los criterios de racionalidad no son exclusivos del comportamiento humano.
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